domingo, 29 de octubre de 2017

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


                                        PARA LEER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 22, 34-40

sábado, 28 de octubre de 2017

“¿Cuál es el mandamiento más importante de la ley?”

Domingo XXX Ordinario – Ciclo A (Mateo 22, 34-40) – 29 de octubre de 2017



En la manija interior de la puerta de mi cuarto, hay una tirita de papel, colgada de un trozo de lana roja, que tiene escritas dos frases. Por un lado, dice: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Y por el otro, dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Ya está un poco deteriorada, pero me ha acompañado por los lugares donde he vivido en los últimos años.

Recordando la sugerencia del libro del Deuteronomio que decía: “Lleva estos mandamientos atados en tu mano y en tu frente como señales, y escríbelos también en los postes y en las puertas de tu casa” (Dt. 6, 8-9), le propuse, hace algunos años, a los niños y niñas de Mejorada del Campo, una pequeña población a las afueras de Madrid, España, que ataran estos lazos de lana con la tirita de papel en sus muñecas y que luego la colocaran en las puertas de sus cuartos. Los niños salieron felices de la misa con sus pulseras de lana y, estoy seguro que compartieron con sus familias lo que habían descubierto en la Eucaristía ese día.

El sentido del compartir dominical con estos niños y niñas, que asisten todavía hoy a la Eucaristía dominical, era que se trataba de dos leyes inseparables. Como la cara y el sello de una moneda. Es imposible separarlas. Si llevas una, tienes que llevar la otra; pues, “si alguno dice: «Yo amo a Dios», y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn. 4, 20).

Cuando los fariseos le preguntan a Jesús, “para tenderle una trampa”, “¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?”, no se imaginaban que Jesús les iba a dar un compendio de “toda la ley y de las enseñanzas de los profetas”. Para Jesús estos dos mandamientos son muy “parecidos” ... No son dos, sino uno mismo.

Siempre que cierro la puerta de mi cuarto, por las noches, antes de descansar, reviso el día que ha pasado y me detengo en estos dos mandamientos, inseparables, que nos recuerda Jesús en el Evangelio de este domingo. Revisarnos sobre el amor a Dios y al prójimo supone dos dinámicas simultáneas que no podemos nunca dividir, tal como lo expresa Benjamín González Buelta, S.J. en uno de sus poemas:

“Soy la misma relación en todo en­cuentro.
Si en verdad soy contigo fue­go,
con sólo abrir los ojos y dar un paso,
no seré con el hermano, hielo”.


Saludo cordial.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.


domingo, 22 de octubre de 2017

LA FRASE D LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA
     "DEN AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR, Y A DIOS LO QUE ES DE DIOS" Mt, 22, 21

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PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 22, 15-21

domingo, 15 de octubre de 2017

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


                                      PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 22, 1-14

“Inviten a la boda a todos los que encuentren”

Domingo XXVIII Ordinario – Ciclo A (Mateo 22, 1-14) – 15 de octubre de 2017
Diana, la condesa de Belflor y Teodoro, son los protagonistas de El perro del hortelano, comedia de Lope de Vega que Pilar Miró, directora de cine española, llevó a la pantalla pocos años antes de morir. Lope de Vega recoge en esta comedia una de las realidades humanas más paradójicas.
Diana se enamora perdidamente de Teodoro, su secretario, pero sabe que es un amor imposible, porque los separa una distancia insalvable de cuna: la una, perteneciente a la alta nobleza, y el otro, un simple plebeyo. La condesa de Belflor no se atreve a expresar, sino de modo muy sutil, su afecto. Pero cuando ve que Teodoro busca a una mujer de su estirpe para establecer un hogar, Diana manifiesta, sin manifestar, sus sentimientos por Teodoro y lo seduce. Sin embargo, cuando ha logrado que Teodoro abandone a su prometida, y abrigue la esperanza de un amor que parecía imposible, Diana vuelve a tomar la distancia que le signó su nobleza. No alargo el cuento, porque la comedia se desarrolla en el ir y venir de los afectos, que nunca se encuentran. Seducciones y rechazos, atracciones y distancias.
La parábola que Jesús cuenta a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos, en el templo de Jerusalén, refleja esta misma realidad humana. Los invitados a la fiesta de bodas no aceptan la convocatoria y desprecian la invitación a unirse a la alegría del rey el día del matrimonio de su hijo. Esto es lo que motiva al rey a ordenar a sus criados que vayan “a las calles principales, e inviten a la boda a todos los que encuentren”. Dice Jesús que “los criados salieron a las calles y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y así la sala se llenó de gente”. Pero, desde luego, es importante estar dispuestos para la fiesta; esto es lo que explica la reacción del rey con el que no iba vestido con traje de boda.
 Los dueños de la religión y de la fe, en la época de Jesús, ni aceptaban ellos mismos la oferta de la salvación, ni dejaban que otros la aceptaran; en lugar de ser mediadores entre Dios y los hombres, se convertían en obstáculos para este encuentro. Por eso Dios se ve obligado a extender su invitación a todos los pueblos, a todas las gentes que quieran acoger este llamado, malos y buenos.
Tal vez hoy también nos pase un poco de lo mismo. Somos invitados por Dios al banquete del reino, pero muchas veces tenemos excelentes disculpas para no participar de la fiesta de Dios; y fácilmente nos podemos convertir en obstáculos para que otros se encuentren con Dios. No nos contentamos con despreciar la invitación, sino que, además, impedimos que otros vayan a la fiesta. Mejor dicho, nos pasa como al perro del hortelano, que ni come, ni deja comer...    
Saludo cordial.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

domingo, 8 de octubre de 2017

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 21, 33-46

“¿Qué creen ustedes que hará con esos labradores?”

Domingo XXVII Ordinario – Ciclo A (Mateo 21, 33-43) – 8 de octubre de 2017

Quiero ofrecerles hoy algunos datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que me parece que pueden ayudar a pensar algunas cosas. En primer lugar, algunas cifras sobre la manera como ha evolucionado la distribución de los ingresos en los últimos dos siglos:
En 1820: el 20% más rico ganaba 3 veces más que el 20% más pobre.
En 1870: el 20% más rico ganaba 7 veces más que el 20% más pobre.
En 1913: el 20% más rico ganaba 11 veces más que el 20% más pobre.
En 1960: el 20% más rico ganaba 30 veces más que el 20% más pobre.
En 1990: el 20% más rico ganaba 60 veces más que el 20% más pobre.
En 1997: el 20% más rico ganaba 74 veces más que el 20% más pobre.

En un informe del Banco Mundial del 2016, se afirma que “La aritmética es brutalmente simple. Si menos de 100 personas controlan la misma cantidad de riqueza que los 3.500 millones más pobres del planeta, el resultado puede expresarse con una sola palabra: Desigualdad”.

Y podríamos ofrecer alguna información adicional sobre la situación general de los países: De los 5.570 millones de seres humanos que habitamos el planeta, 1.150 millones viven en el norte, en países industrializados, mientras que 4.620 millones vivimos en el sur en países pobres, o como eufemísticamente se les llamó durante algunos años, países en ‘vías de desarrollo’. Se calcula que el 25% de la población mundial, es decir 1.442 millones de personas viven por debajo de los niveles de pobreza. 1.000 millones son analfabetas y la misma cantidad carece de agua potable. 1.300 millones de personas sobreviven con menos de 1 dólar diario, de los cuales 110 millones habitan en América Latina, 970 millones en Asia y 200 millones en África.

Anualmente, las empresas japonesas gastan 35.000 millones de dólares en recreación. 50.000 millones de dólares se gastan en cigarrillos y 105.000 millones en bebidas alcohólicas los europeos. En el mundo se gastan 400.000 millones de dólares en drogas estupefacientes y 780.000 millones son los gastos militares en el mundo. Junto a esto, contrastan las tres cifras siguientes para garantizar el acceso universal a los servicios básicos en todos los países pobres: Bastarían 6.000 millones de dólares para garantizar la enseñanza básica. 9.000 millones para dar agua potable y saneamiento. 13.000 millones para ofrecer salud y nutrición básicas.
Aunque la parábola que nos cuenta Jesús este domingo está dirigida a los jefes de los sacerdotes, a los que Jesús quería cuestionar sobre su responsabilidad en el manejo de la obra de Dios, comparándolos con los labradores de una finca que les había alquilado un señor, estas cifras nos cuestionan como seres humanos, en la medida en que también a nosotros nos corresponde administrar correctamente este mundo, según la voluntad del Padre, que quiere que todos sus hijos tengan vida, y la tengan en abundancia.
En este contexto de desigualdad creciente, en el que los pobres han dejado de ser importantes para los dueños de este mundo, levantar la voz para reclamar justicia y denunciar el desorden establecido es un verdadero peligro. Como a los enviados por el dueño de la viña, los profetas de ayer y de hoy han sido asesinados, como fue asesinado el mismo Hijo de Dios. ¿Cuándo le daremos a Dios la debida cosecha?

Saludo cordial.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

domingo, 1 de octubre de 2017

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt, 21, 28-32

“¿Cuál de los dos hizo lo que su padre quería?”

Domingo XXVI Ordinario – Ciclo A (Mateo 21, 28-32) – 1 de octubre de 2017

Una caricatura de Justo y Franco, dos personajes de las tiras cómicas publicadas en un periódico colombiano, traía alguna vez cinco escenas que me impactaron. En el primer cuadro aparecían dos hombres de las cavernas en lo alto de un barranco tallando una enorme rueda de piedra. El segundo cuadro mostraba cómo, en medio de su trabajo, se les suelta la rueda, que cae al vacío; al fondo del barranco había otro hombre que iba saliendo de una de las cavernas, justo debajo del barranco por donde cae la enorme rueda de piedra. En el tercer cuadro la piedra cae encima del hombre que salía de la caverna. Los dos personajes contemplan la escena desde lo alto del barranco. El cuarto cuadro muestra cómo el hombre que es golpeado insulta a los dos cavernícolas que están en lo alto del barranco contemplando el daño que han hecho sin querer... Por último, en el cuadro final, mientras la víctima se aleja, mientras sigue insultando a sus agresores, los dos hombres en lo alto comentan: “Esta moda del idioma es una linda invención, pero las palabras nunca reemplazarán a los palos y las rocas”.
Efectivamente, esta moda del idioma, como llaman estos cavernícolas a los insultos del afectado por el accidente de trabajo, nunca reemplazarán la contundencia de las acciones. Comúnmente se dice que las palabras lo aguantan todo, y es verdad. Hablar, prometer, jurar, asegurar, y aún orar, si no se traducen en acciones muy concretas que sirvan de autenticación de lo que se ha hablado, prometido, jurado, asegurado o, incluso, orado, nos quedamos a la mitad del camino.
Conozco a muchas personas a quienes les gusta conversar sobre sus dificultades para vivir la fe; tienen serias dudas sobre muchos de los dogmas de nuestro credo, no comparten muchas de las orientaciones disciplinarias de la Iglesia, les cuesta mucho vivir una práctica ritual sin acabar de entender del todo su contenido... Sin embargo, viven con bastante coherencia su propia existencia. Tratan de ser fieles a su propia conciencia que les va indicando el camino que deben tomar en circunstancias complejas y confusas.  Conozco también, y sobre todo porque me conozco a mi, a personas que afirman todos y cada uno de los dogmas, hacen gala de seguir milimétricamente las orientaciones disciplinarias de la Iglesia y se ufanan de ser fieles a los ritos y prácticas religiosas a los que obliga la fe; sin embargo, a la hora de las definiciones, nos quedamos cortos en nuestra respuesta generosa y entregada.
“¿Cuál de los dos hizo lo que su padre quería?” Es la pregunta que Jesús le lanza a los Jefes de los sacerdotes y a los ancianos de los judíos en pleno templo de Jerusalén, después de contarles la parábola de los dos hijos; uno que dice “¡No quiero ir! Pero después cambió de parecer, y fue”. Y el otro que dice “Si, señor, yo iré. Pero no fue”. Desde luego, sus interlocutores no podían quedar tranquilos. De alguna forma se explica la pasión y muerte del Señor. Porque decirle a los Jefes que “los publicanos y las prostitutas entrarán antes que ustedes en el reino de Dios” es una manera de utilizar esa moda del idioma de la que se burlaban los cavernícolas de la tira cómica.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.