domingo, 24 de septiembre de 2017

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 19. 30 - 20. 16

jueves, 21 de septiembre de 2017

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Presentamos el logo final para la próxima Asamblea Mundial 2018



domingo, 17 de septiembre de 2017

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 18, 21-35

sábado, 16 de septiembre de 2017

“(...) hasta setenta veces siete”

Domingo XXIV Ordinario – Ciclo A (Mateo 18, 21-35) – 17 de septiembre de 2017

Cuando las 220 familias de las comunidades de Bojayá, Vigía del Fuerte y otros pueblos del Chocó y Antioquia, a orillas del río Atrato regresaron a sus viviendas, después de la masacre que perpetró la guerrilla de las FARC en medio de ellos, todo el pueblo colombiano quedó admirado de la dignidad de este pueblo. El 2 de mayo de 2002 un enfrentamiento entre la guerrilla y los paramilitares ocasionó una de las más graves tragedias ocurridas en la historia de nuestro país: 119 personas murieron, víctimas de un ataque de la guerrilla, mientras estaban refugiadas bajo el amparo del Templo parroquial de Bojayá. Las familias regresaron a su terruño en varias embarcaciones, una de las cuales llevaba el significativo nombre de El Arca de Noé. Como en el relato bíblico, el arco iris de la paz se convirtió en señal de la alianza de Dios con su pueblo. Pero no todo estaba solucionado. Al regresar, seguía habiendo presencia de la guerrilla y de los paramilitares en la región. Sin embargo, la gente no quería seguir desplazada y regresaron con las pobres garantías que les ofreció el gobierno.

Serafina, una de las señoras que regresó a Bojayá junto con su familia, comentaba: “Me gustó lo de las coplas y las pancartas. Pero la música no. Yo siento que todavía estamos de luto. (...) La familia no la hace la sangre sino la gente que vive con uno. A mí se me murió un primo, pero también casi 70 amigos y vecinos”. No estaban para fiestas ni celebraciones. La memoria de los muertos sigue viva en medio de este pueblo.

Junto a esta realidad, a nivel mundial recordamos en estos días la tragedia que vivió el pueblo norteamericano, y el mundo entero, en el año 2001, lo mismo que las represalias que esta acción terrorista produjo hacia el pueblo afgano y el mundo árabe. Recordamos el golpe militar en Chile, y el asesinato de su presidente, Salvador Allende. El dolor sufrido por los pueblos del mundo es tanto, que no podemos sino preguntarnos: ¿Cómo decirle a estas gentes de Bojayá, de Chile, de Afganistán, de la Torres de Nueva York, de Irak, de Palestina… y de tantas otras partes, que no deben perdonar siete veces, sino setenta veces siete? ¿Cómo explicar a una persona que ha sido maltratada o que ha perdido a sus seres queridos, que Jesús nos invita a perdonar como él nos perdona? ¿Perdonar es olvidar?

Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar es un artículo escrito por el P. Juan Masiá Clavel, S.J. y publicado en un libro que lleva por título “14 aprendizajes vitales”, de la colección Serendipity Maior. En este artículo el P. Masiá afirma que en toda experiencia humana en la que ha habido una herida de alguien hacia su prójimo, existen dos víctimas: la persona agredida y la persona agresora: “La víctima no es solamente la otra persona a la que yo he herido, sino yo mismo. Al hacer mal a otra persona, me he perjudicado a mí mismo”.

Desde esta perspectiva, la parábola que Jesús nos cuenta este domingo nos invita a colocarnos de ambos lados de la experiencia: a veces somos personas perdonadas, pero no sanadas... el perdón de Dios y de los demás no nos garantiza que después nos hagamos capaces de misericordia y compasión. Otras veces herimos y somos heridos cuando herimos. La víctima no es sólo el que es lastimado; también el agresor es víctima que hay que salvar. Esto es, precisamente, lo que Jesús quiere que sus discípulos entiendan y vivan con el milagro del perdón.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.


domingo, 10 de septiembre de 2017

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 18, 15, 20

domingo, 3 de septiembre de 2017

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA VER LA HOMILÍA CLIC AQUÍ: Mt. 16, 21-27

sábado, 2 de septiembre de 2017

“¡Apártate de mi Satanás!”

Domingo XXII Ordinario – Ciclo A (Mateo 16, 21-27) – 3 de septiembre de 2017


¿Quién no quiere realizarse como persona? ¿Quién no busca, por todos los medios, su plenitud? ¿Quién no aspira a ser feliz? El carbón o el estaño, el naranjo o la margarita, la vaca o el ciervo, no necesitan preocuparse por su realización; están programados para cumplir su meta. Si encuentran las condiciones necesarias, serán lo que tienen que ser y ya está... Pero nosotros... Nosotros somos otro cuento… La realización no nos llega automáticamente, sino que tenemos que construirla paso a paso, escalón tras escalón. El camino de los hombres y las mujeres ‘se hace al andar’, decía el poeta andaluz y cantaba el juglar catalán… no encontramos hecho el camino, lo tenemos que hacer.

Pero, ¿cuál es el camino que nos lleva a desplegar todas nuestras potencialidades? ¿Cómo llegar a ser auténticamente humanos? ¿Cómo llegar a ser plenamente felices? La familia, con muy buenas intenciones, pero no siempre de manera acertada, nos advierte sobre las ventajas y los peligros de una u otra opción profesional, matrimonial, existencial... Los amigos y amigas nos aconsejan, muchas veces de acuerdo a su propia experiencia, por dónde debemos seguir... La sociedad, a través de los medios de comunicación y la publicidad, nos señala senderos de plenitud y felicidad, que terminan siendo sólo realidad de novela o alegrías de cartón... Todos quieren ayudarnos a encontrar el secreto de la felicidad.

Sin embargo, a casi nadie se le ocurre decirnos que para encontrar la vida, tenemos que perderla. ¡Qué locura! ¡Cómo se te ocurre! ¡Estás loco! Como Pedro, cuando escuchó a Jesús diciendo que “tendría que ir a Jerusalén, y que los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley lo harían sufrir mucho”, nuestros seres queridos, nuestros amigos, la sociedad entera nos lleva aparte y nos reprende: “¡Dios no lo quiera (...)! ¡Esto no puede pasar!”

La reacción de Jesús es tal vez la expresión más fuerte que haya dirigido a ningún ser humano; a los fariseos los llamó “raza de víboras”; a los escribas les dijo “sepulcros blanqueados”; a Pedro le dice: “¡Apártate de mí Satanás, pues eres un tropiezo para mí! Tu no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres”. Poco antes Lo había llamado dichoso (...) porque esto no lo conociste por medios humanos, sino porque te lo reveló mi Padre que está en el cielo”.

El camino de la felicidad es el despojo de nosotros mismos y de nuestras seguridades: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la encontrará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida?”

¿En qué dirección va la búsqueda de nuestra plenitud? ¿Hacia dónde caminamos cuando aspiramos a realizarnos en la vida? ¿Dónde buscamos la felicidad? Este camino que nos señala el Señor es el único que nos podrá llevar al desarrollo pleno de todas nuestras potencialidades. A los otros planes y proyectos, habrá que decirles con sencillez, pero con decisión: “¡Apártate de mi Satanás!”


Hermann Rodríguez Osorio, S.J.