domingo, 29 de mayo de 2016

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA VER EL EVANGELIO COMPLETO CLIC AQUÍ: Lc. 7, 1-10

“Despide a la gente, para que vayan a descansar y a buscar comida”

Jueves del Cuerpo y la Sangre de Cristo – Ciclo C (Lucas 9, 11b-17) 



Alfredo Molano, columnista del semanario El Espectador, escribió una columna que debió inquietar las conciencias de los que nos consideramos cristianos y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad que peregrinamos en esta querida patria colombiana. Creo que no lo hizo. El artículo “Sopa de periódico” decía, entre otras cosas, lo siguiente: “Se podrá decir que es demagogia, se podrá decir que es fantasía, pero como lo vi con mis ojos, debo contarlo: Hay gente en Bogotá –no importa el número– que se alimenta con un extravagante menjurje llamado Sopa de Papel. O Sopa de Periódico. La receta es sencilla: se pone agua a hervir en un caldero y se le agrega un periódico picado; cuando se deslíe el papel y forme una especie de colada gris negruzca, se añade un cubito concentrado de caldo de res, de gallina o de pescado. Se rebulle constantemente hasta que la sopa adquiera consistencia. Se le agrega sal y un picadillo de cilantro. Se toma”.

”Yo sabía que muchas familias del estrato cero 
el más numeroso y desconocido y del uno, comen sólo una vez al día, y lo hacen con alimentos para perros y gatos (sic). Pero esta nueva e inédita modalidad de miseria y resistencia y, digamos de paciencia política, rebasa la imaginación más extremista. El hambre física es en Bogotá una realidad palpable. Frente a ella, ¿qué importancia tienen las cifras que elabora el gobierno para afianzar el régimen y velar la dolorosa condición de los pobres? Más aún, ¿qué trascendencia tiene el Día Sin Carro o el respeto a los pasos de cebra? Meritorias campañas, sin duda, pero irrelevantes frente a la condición del par de millones de menesterosos que habitan la capital”.

Una realidad como la que se describe aquí nos debe plantear preguntas muy serias el día en que celebramos el Corpus Christi. “Cuando ya comenzaba a hacerse tarde, se acercaron a Jesús los doce discípulos y le dijeron: –Despide a la gente, para que vayan a descansar y buscar comida por las aldeas y los campos cercanos, porque en este lugar no hay nada”. Como quien dice,cuando los discípulos vieron que llegaba la hora de comer y que esa multitud hambrienta podría arruinar su paseo, le pidieron al Señor despachara a la gente. Lo que tenemos nosotros no alcanza para tanta gente. Pero Jesús, desconcertando a sus seguidores, como lo hizo más de una vez, les dice: “–Denles ustedes de comer. Ellos contestaron: No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a menos que vayamos a comprar comida para toda esta gente. Pues eran unos cinco mil hombres”.

Jesús quería que sus discípulos compartieran lo poco que tenían con aquella multitud. Estaba seguro de que cinco panes y dos peces no eran suficientes para alimentar a tantos. Sin embargo, cuando se comparte lo que se tiene, se produce el milagro de la multiplicación. El Banco de alimentos que está funcionando con el liderazgo de la Arquidiócesis de Bogotá, lo mismo que otras campañas lideradas por la alcaldía de la ciudad, merecen toda nuestra solidaridad. Es una obligación moral respaldar iniciativas que buscan desaparecer el fantasma del hambre y no las que pretenden desaparecer a los hambrientos que buscan en las bolsas de basura su propia supervivencia. Y no deberíamos olvidar que si esto pasa en la capital, la situación en los rincones olvidados de nuestra geografía, debe ser más grave. Al celebrar elCorpus, deberíamos escuchar de nuevo las palabras de Jesús: “Denles ustedes de comer”, para que nadie más tenga que cenar sopa de periódico.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.


domingo, 22 de mayo de 2016

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY  PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA VER EL EVANGELIO COMPLETO CLIC AQUÍ: Jn. 16, 12-15

domingo, 15 de mayo de 2016

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY, DOMINGO DE PENTECOSTÉS PARA                                                            REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA VER EL EVANGELIO COMPLETO CLIC AQUÍ: Jn. 20, 19-23

“Reciban el Espíritu Santo”

Domingo de Pentecostés – Ciclo C (Juan 14,15-16.23b-26) – 15 de mayo de 2016


He oído que la experiencia de fe en las personas tiene cuatro etapas: La primera es la que viven los niños. Ellos creen lo que les dice su mamá, su papá o su profesor. Las personas mayores son las que les dan seguridad y sentido. Solos, no se sienten capaces de afrontar los peligros que constantemente los acechan. No se imaginan la vida sin tener estas personas a su lado. Una segunda etapa en el camino de la fe es la que viven los jóvenes, que creen en lo que ven hacer a sus mayores y no en lo que les dicen. Exigen coherencia, resultados. No se fían de las palabras que se lleva el viento. Necesitan pruebas, al estilo de Tomás, que necesitaba ver las heridas en las manos, en los pies y en el costado del Señor. La tercera etapa es la de los adultos, que creen solamente en lo que ellos mismos hacen y no en lo que les dicen los demás o en lo que ven hacer a los otros. Las personas adultas se van haciendo autónomas, se rigen por sus propios principios. Un adulto sabe que lo que él mismo no hace, nadie lo hará por él. La cuarta etapa que vivimos en nuestro camino de fe, es la del anciano, que cree en Dios, sin más. Ha vivido muchas experiencias y se ha ido desengañando de infinidad de seguridades pasajeras que tuvo a lo largo de su existencia. Confió en sus estudios, en su trabajo, en sus amistades, en las posesiones que tuvo. Pero, poco a poco, se ha dado cuenta de que todo esto no eran más que vanidades. Sabe que se acerca el momento definitivo del encuentro con el único Señor de su vida.

 Lo que está detrás de todo esto es la experiencia del despojo que vamos viviendo cada día y que se acentúa a medida que pasan los años. Un anciano ya no tiene papá ni mamá. Ya no tiene profesores. Ya no tiene modelos de referencia en otros adultos. Ya no se tiene ni siquiera a sí mismo. Se siente sin fuerzas. No tiene otra alternativa que sentirse en las manos de Dios como el niño de pecho se siente en manos de su madre. La vida nos va despojando, poco a poco, de nuestras seguridades, hasta que nos piden entregar la misma vida. Dicen que una vez en un velorio de un señor que había sido muy rico, los que acompañaban a la familia del difunto discutían sobre lo que había dejado este señor. Hacían cuentas y no lograban calcular la herencia que había dejado a sus descendientes. Hasta que vino un hombre sabio y le dijo a los que conversaban sobre esto: «Yo sé exactamente cuánto dejó este señor». «¿Cuánto dejó?» Preguntaron todos, intrigados de que tuviera el dato exacto. Y el hombre dijo: «Lo dejó TODO. Nadie se lleva nada de este mundo».

 Hay que reconocer que esta visión de las cosas es un poco pesimista. Según esto, sólo los ancianos llegan a tener una fe auténtica. Sin embargo, creo que tiene mucho de verdad. Vamos a tientas, poniendo nuestra fe en miles de cosas que no son Dios. Y muy lentamente, nos vamos abriendo a una confianza plena en la acción del Señor en nuestras vidas. La celebración de hoy es un excelente momento para preguntarnos por nuestra fe. Para preguntarnos por aquello en que hemos puesto nuestra confianza. ¿Dónde están nuestras seguridades? El resucitado sopló sobre sus discípulos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo”. La pregunta que tenemos que hacernos hoy es si creemos, efectivamente, que hemos recibido el Espíritu Santo en nuestro bautismo y si lo seguimos recibiendo cada día a través de los sacramentos, como el regalo más precioso que nos dejó el Señor. No deberíamos esperar a estar ya al borde de la muerte para vivir una fe que sea capaz de soltarse de todo para dejarse llevar por Dios. Para creer en el Espíritu Santo que el Señor nos regaló.


Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

domingo, 8 de mayo de 2016

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA LEER EL EVANGELIO COMPLETO CLIC AQUÍ: Lc. 24, 46, 53

sábado, 7 de mayo de 2016

“Ustedes deben dar testimonio de estas cosas”

Solemnidad de la Ascensión del Señor – Ciclo C (Lucas 24, 46-53) – 8 de mayo de 2016


En el libro de Jean Canfield y Mark Victor Hansen, Sopa de pollo para el alma, publicado en 1995, se cuenta una historia parecida a esta: Era una soleada tarde de domingo en una ciudad apartada de la capital del país. Un buen amigo mío salió con sus dos hijos a pasear un rato para aprovechar la belleza del paisaje y el aire fresco de la tarde. Llegaron a las afueras de la ciudad, donde estaba acampado un pequeño circo que ofrecía sus funciones con mucho éxito. Mi amigo le preguntó a sus hijos si querían disfrutar del espectáculo aquella tarde. Los niños, sin dudarlo, dieron un brinco de alegría y se dispusieron a gozar. Mi amigo se acercó a la ventanilla y preguntó: –¿Cuánto cuesta la entrada? – Diez mil pesos por usted y cinco mil por cada niño mayor de seis años – contestó el taquillero. – Los niños menores de seis años no pagan. ¿Cuántos años tienen ellos? – El abogado tiene tres y el médico siete, así que creo que son quince mil pesos – dijo mi amigo. – Mire señor – dijo el hombre de la ventanilla – ¿se ganó la lotería o algo parecido? Pudo haberse ahorrado cinco mil pesos. Me pudo haber dicho que el mayor tenía seis años; yo no hubiera notado la diferencia. – Sí, puede ser verdad – replicó mi amigo – pero los niños sí la hubieran notado.

Dar testimonio de las cosas de Dios en medio de este mundo, es la tarea que nos dejó el Señor antes de su Ascensión a los cielos: “Comenzando desde Jerusalén, ustedes deben dar testimonio de estas cosas. Y yo enviaré sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Pero ustedes quédense aquí, en la ciudad de Jerusalén, hasta que reciban el poder que viene del cielo. Luego Jesús los llevó fuera de la ciudad, hasta Betania, y alzando las manos los bendecía. Y mientras los bendecía, se apartó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de adorarlo, volvieron a Jerusalén muy contentos. (...)”.

En cada circunstancia de nuestra vida, tenemos que descubrir la mejor manera de dar testimonio del Señor. No siempre es fácil. Ya sea porque es más cómodo asumir actitudes distintas a las que se esperan de un seguidor del Señor, o porque nuestras limitaciones y nuestro pecado nos hacen incapaces para responder con amor, con perdón, con misericordia. Es especialmente difícil dar testimonio de las cosas de Dios delante de los que tenemos más cerca. Ellos nos conocen y saben muy bien dónde nos talla el zapato. En esos casos, tenemos que pedirle a Dios que nos regale su gracia para ser fieles.

Muchos hombres y mujeres, a lo largo de la historia de la Iglesia, han dado testimonio de las cosas de Dios, con su propia vida. A nosotros tal vez no se nos pida tanto. Pero, ciertamente, podemos escoger el camino fácil de pasar agachados cuando los demás esperan de nosotros un comportamiento coherente con nuestra vida cristiana, o asumir las consecuencias que trae el ser discípulos de un maestro que estuvo dispuesto a dar su vida por los demás, antes de apartarse del camino que Dios, su Padre, le señalaba.

El Señor nos dejó como sus representantes aquí en la tierra para continuar su obra en medio de nuestras familias y de la sociedad en la que vivimos. Pidámosle que en los momentos clave, seamos capaces de responder como él lo espera. Porque, aunque algunos no lo crean, la diferencia sí se nota...

Cuando hemos sentido una experiencia de amor incondicional, no podemos tener miedo ante los problemas que nos presenta la vida. Sentirnos amados por Dios, como Jesulín se sintió amado por su papá mago, es lo que Jesús quiso comunicarnos desde la experiencia de su resurrección.


Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

domingo, 1 de mayo de 2016

LA FRASE DE LA SEMANA

CORRESPONDIENTE AL EVANGELIO DE HOY PARA REFLEXIONAR TODA LA SEMANA


PARA VER EL EVANGELIO COMPLETO CLIC AQUÍ: Jn. 14, 23-29