FRASE:
“A veces la
vida familiar se ve desafiada por la muerte de un ser querido. No podemos dejar
de ofrecer la luz de la fe para acompañar a las familias que sufren en esos
momentos.”(1)
Contexto:
Este es el
terreno de lo inevitable, la muerte es un ejercicio natural de la existencia
biológica y es imposible dejar de pasar por la experiencia de la pérdida de un
ser querido. Es por ello que antropológicamente el ser humano comenzó a
observar de forma diferente esta realidad que lo asechaba constantemente y ante
su propia biología emocional comenzó a ritualizar e interpretar este paso
ineludible. Haciendo un recorrido por muchas culturas, encontramos interpretaciones fantásticas
sobre la muerte y el paso de la misma, así como el destino final del alma.
Desde el dolor, comenzó a ofrendar elementos físicos que aportarían ayuda al
tránsito de un estado a otro y como símbolo del sentimiento que se guardaba del
fallecido, también se erigieron lugares específicos para reposar los restos, y
al paso del tiempo, estas prácticas se mezclaron con creencias teológicas.
Experiencia.
Actualmente, la
muerte sigue siendo un evento desgarrador y respetado desde su investidura de misterio,
se ha mantenido por las creencias que individual, familiar o culturalmente se
asumen, desde ahí se puede presentar un miedo a la misma o bien, verse como un
episodio natural, a pesar de esto, el dolor de la pérdida parece inevitable,
naturalmente obligatorio.
Reflexión.
Como
cristianos, estamos llamados a dar una atención especial para ese tiempo y tal
vez no sólo se trate de acudir a los rituales específicos acuñados por la
tradición, sino de una cercana estadía que abrace el corazón de quien ha
perdido a su cercano. El mismo Jesús, se
muestra conmovido ante la realidad de la muerte a su alrededor y nos enseña a
actuar ante ella: en la lectura de la viuda de Naím, (Lc. 7, 11-17) se hace
referencia la muerte del único hijo de
dicha mujer; “Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella” e inmediatamente
este sentimiento le lleva a la acción; o la resurrección de Lázaro (Jn, 11,
1-44) dónde Él mismo vive el fallecimiento de su amigo: “ Al ver Jesús el
llanto de María y de todos los judíos
que estaban con ella, su espíritu se conmovió profundamente y se turbó… y Jesús
lloró” en esta ocasión él experimenta también el dolor de perder a su amigo.
La
propia muerte de Jesús está enmarcada en la agonía de su familia y amigos, al
ver la injusticia y sufrimiento de un castigo inmerecido y la inevitable
secuencia de hechos que lo llevan a la muerte, sin embargo él mismo da una
amorosa compañía a los sufrientes, los escucha y los acompaña por el camino
(Lc. 24, 13-35) es decir toca y abraza su corazón.
En la Exhortación Apostólica Amoris
Laetitia (la Alegría del Amor) se nos invita a mostrar una sensibilidad activa
en este tema, “ [280]. Abandonar a una
familia cuando la lastima una muerte sería una falta de misericordia, perder
una oportunidad pastoral, y esa actitud puede cerrarnos las puertas para
cualquier otra acción evangelizadora”. Haciendo aprecio de éstas últimas palabras
que tienen que ver con un seguimiento misionero y de pronto parecieran
proselitistas, están generadas más bien, desde una realidad palpable: el
momento más vulnerable del ser humano y la necesidad de un consuelo
profundamente amoroso, que si no se da así, provoca mayor daño.
Morir es trasladarse a una casa más bella,
“se trata sencillamente de abandonar el
cuerpo físico como la mariposa
abandona su capullo
de seda”.
Elisabeth
Kúbler-Ross
Acción.
Para llevar a
cabo acciones concretas de acompañamiento con familias con pérdida de algún ser
querido, es necesario comprender la dinámica del duelo, entendiendo que en sí
nos encontramos ante seres heridos por la muerte, entonces no podemos irrumpir
con palabras o acciones basadas en propias creencias, que mortifiquen en vez de
acompañen saludablemente esos momentos.
Es necesario, pues, adentrarnos en la
información existente. La tanatología nos ofrece elementos clave para tocar el
mundo del duelo de manera amorosa, conociendo sus etapas (un aporte especial de
la Dra. Elisabeth Kübler-Ross que se invita a leer) y comprendiendo con ello el
caminar que le corresponde a la familia ante su pérdida; es importante rescatar
las diferentes reacciones y etapas del duelo que pueden estar presentando las
personas ante los diferentes tipos de muerte, no es lo mismo para quien
acompañó a su ser querido en la agonía de una larga enfermedad, puesto que la
información que recibe sobre la condición del enfermo de alguna forma va
preparando ante lo inevitable; que para quien sorpresivamente se enfrenta al
cese de la vida de su familiar de forma repentina, pues de manera forzosa tiene
que ir aceptando la realidad; no es lo mismo la pérdida de un hijo, que a veces
el duelo les lleva a los padres por el camino de la separación y no de la unión,
que la pérdida del padre o madre que son sustento de amor, seguridad, etc. pues
además del dolor supone una reformulación del hogar en cuanto a roles y
economía.
No es lo mismo el suicidio, que deja muchas dudas en sus familiares,
que la controvertida eutanasia, que deja la irritabilidad del acuerdo o
desacuerdo. No es lo mismo la muerte por violencia, que deja el rastro de la
injusticia y el resentimiento, que la desaparición forzada del ser amado, que
presupone un duelo que no parece tener fin entre la esperanza de esperarle con
vida y el doloroso paso del tiempo que sugiere la pérdida total. No es lo mismo
apoyar a un adulto en duelo, que a un adolecente o un niño. El conocer el
proceso de duelo, permitirá un acercamiento a la comprensión de cada etapa, por
lo tanto consolaremos desde adaptación a cada momento del proceso en que la
persona o familia se encuentre.
El proponer una
preparación que va más allá de lo que comúnmente se conoce, se vuelve necesaria
ahora, en este presente, no solo desde la invitación a un acompañamiento más
pleno y cercano, también por la realidad que nos acompaña continuamente, que
toca la vulnerabilidad humana y que presupone lo inevitable.
A veces la
escucha, el abrazo, la aceptación de los sentimientos del deudo, y las acciones
sencillas del día a día como proveer de alimentos el día de los funerales, la
visita continua, alguna ayuda con quehaceres de casa o apoyando en trámites
inherentes al deceso, podrán hacer la diferencia en la reorganización familiar y
el paso de los sentimientos en el transcurso de este proceso.
Otro tema necesario
a tocar es la preparación ante el fallecimiento propio o de los otros,
significando en esta área, la certeza de lo inevitable, con ejercicios claros y
claves que aliviarán a sí mismo y a los deudos en la medida de los posible;
algunos asuntos a acomodar pertenecen al índole de lo espiritual, emocional y
otros a lo económico, pues las certezas además de moderar la posibilidad del
miedo a la muerte, darán paso a la tranquilidad de estar solucionando solo lo
que el proceso de duelo emocional presupone. Ayudar fomentando una cultura de
la prevención es una acción más a trabajar como invitación en este tema.
256. Nos consuela saber que no existe la destrucción completa de
los que mueren, y la fe nos asegura que el Resucitado nunca nos abandonará. Así
podemos impedir que la muerte envenene nuestra vida, que haga vanos nuestros
afectos, que nos haga caer en el vacío más oscuro.
Evaluación.
¿Estoy preparado para dar apoyo real cuando voy a dar un pésame o
acompaño a alguien en esta situación de perdida?
¿Soy consciente de que la muerte puede llegar a mi vida en cualquier
momento ya sea conmigo o cualquier familiar y puede llegar de muchas maneras?
¿Me es fácil hablar de la muerte y estar preparado para enfrentar esa
situación?
¿Me gustaría aprender más sobre el duelo de cómo vivirlo y como
acompañarlo?
Bibliografía.
“Antropología de
la muerte: entre lo intercultural y lo universal”. Rosa García-Orellán. Pdf.
“Exhortación
Apostólica Postsinodal Amoris Laetitia: Sobre el Amor en la Familia”. Santo
Padre Francisco.
“La muerte un
amanecer” Elizabeth Kubler-Ross. Ediciones Luciérnaga.
“Sobre la muerte
y los moribundos” Elizabeth Kubler-Ross. Editorial Grijalbo. 1972.
Recomendaciones:
“Sanando la
herida más profunda”. Matthew Linn, Dennis Linn, Sheila
Fabricant. Editorial Promexa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario