sábado, 5 de marzo de 2016

“Así que se puso en camino y regresó a la casa de su padre”

Cuarto Domingo de Cuaresma – Ciclo C (Lucas 15, 1-3.11-32) – 6 de marzo de 2016


El P. Ignacio Rosero, quien murió hace algunos años en Bucaramanga, fue un jesuita pastuso que trabajó muchos años en una parroquia de Barrancabermeja; cambió el frío de San Juan de Pasto por el calor ardiente del Magdalena Medio. Un hombre con un carisma particular; sabía hablar a las multitudes y orientarlas para que pudieran tener todos un encuentro cercano con el Señor. Fui a colaborar con él varias veces durante mi formación y siempre me impactó la profundidad de sus palabras y la experiencia de Dios que transmitía en sus eucaristías. Recuerdo cómo dirigía la procesión del Via Crucis a través de una emisora de radio, sin necesidad de moverse del despacho parroquial. Conocía de tal manera el recorrido y los incidentes delcamino doloroso de su pueblo barranqueño, que podía adivinar lo que iba pasando en la procesión, aunque lo que tuviera delante fuera solamente un micrófono y su escritorio revuelto de papeles. 

Todos los sacerdotes, las religiosas, los religiosos, el mismo Papa y los obispos, hacen cada año una semana de Ejercicios Espirituales. Muchos laicos y laicas también suelen hacer anualmente esta experiencia espiritual. Algunos los hacemos según la metodología creada por san Ignacio de Loyola; otros buscan otros métodos. Lo que se pretende, en último término, es renovar la experiencia de Dios que fundamenta la vida de fe del creyente.

Desde luego el P. Rosero también hacía sus Ejercicios Espirituales anualmente. Una vez le oí decir que había hecho la experiencia cambiando un poco el método. Se había venido para Bogotá y había ido a vivir al Colegio Mayor de san Bartolomé, en el centro de la ciudad. Dejó de celebrar la eucaristía durante ocho días, dejó la oración, el rezo del Oficio Divino y se dedicó ocho días a pasear por el centro, a caminar por los alrededores del colegio; fue a cine, visitó familias amigas... Él mismo contaba que al final de esos ocho días tenía un hambre de Dios muy grande y que pudo regresar a su parroquia en Barrancabermeja, completamente renovado y lleno de Dios. Es decir, hizo los Ejercicios Espirituales por nostalgia de Dios.

No quisiera comparar al P. Rosero con el hijo pródigo, pero sí me llama la atención que esta parábola, que cuenta Jesús a los fariseos y maestros de la ley que criticaban su cercanía a los pecadores, tiene como característica que el hijo descarriado vuelve a casa, precisamente, porque en la distancia, siente nostalgia de la vida junto a su padre: “Al fin se puso a pensar: ‘¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! Regresaré a casa de mi padre, y le diré: Padre mío, he pecado contra el Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo; trátame como a uno de tus trabajadores’. Así que se puso en camino y regresó a la casa de su padre”.

Al llegar a la casa y escuchar la música, el hijo mayor sintió envidia y celos por la fiesta que había organizado su papá: “Pero tanto se enojó el hermano mayor, que no quería entrar, así que su padre tuvo que salir a rogarle que lo hiciera”. Volver a casa por la nostalgia de la vida junto al padre, es lo que motivó al hijo pródigo a regresar. Muchas veces también nosotros nos renovamos interiormente porque sentimos el hastío de una vida alejada de Dios. El camino que escogió el P. Rosero, ese año por lo menos, fue el mismo. No deberíamos sentir envidia de los que hacen así el camino de regreso a la casa de Dios, sino alegrarnos porque también este puede ser nuestro camino.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

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