sábado, 20 de julio de 2013

20 de 31 días con Ignacio

Aprender a vivir reverentemente


por Gerald M. Fagin, SJ

La reverencia es una virtud que debe ser cultivada y practicada.  Es una disposición del corazón que nos lleva a lo bueno en todas las cosas y nos acerca a Dios.  La reverencia nos acerca a otras personas y al mundo que nos rodea.  La persona reverente descubre y responde al misterio de la vida y la santidad de todas las cosas. La reverencia es una actitud de humildad y de dependencia, una apreciación del esplendor y belleza de toda la realidad y un anhelo por algo más grande. La reverencia es una virtud de modestia, pero también implica una reverencia para uno mismo como una persona creada y amada y elegida por Dios.  La reverencia da voz a nuestro deseo de Dios, nuestro deseo de encontrar plenitud más allá de nosotros mismos en el misterio que nos abraza.

Algunos argumentarán que la cultura y vida contemporánea han perdido un sentido de reverencia.  En un mundo individualizado y centrado en la persona, es fácil domesticar a Dios, trivializar relaciones y huir de lo sagrado.  La reverencia no es una virtud que se encuentre sólo en contextos tradicionales, títulos formales, actitudes y rituales formales.  Cada cultura debe descubrir su propio camino para fomentar la reverencia.  Cada uno de nosotros debe encontrar reverencia en el mundo en que vivimos.

Al final, debemos aprovechar nuestra propia experiencia de reverencia, reflexionando sobre momentos contemplativos de asombro.  Las descripciones de reverencia son sólo útiles si se miden contra la propia experiencia de trascenderse a sí mismo y de abrirse a algo más grande.  Por ejemplo, recuerdo el estar parado en una meseta a 3,000 metros de altura con una vista a lo que parecían ser cientos de kilómetros de tierra fértil.  Tuve una experiencia de asombro, de silencio, de inmensidad, de expansividad, de regalo.  Tuve una sensación de maravilla que Dios hubiera hecho casi demasiado y por tanto, creado por la pura alegría de crear y compartir la bondad.

Sentimos estas cosas frecuentemente — en el incontable número de estrellas en una noche clara, ante una obra de arte, por el nacimiento de un niño, en el momento de la muerte de un ser querido.  Estas experiencias contemplativas nos acercan más a Dios aun cuando nos sentimos pequeños e indignos.  Son momentos sagrados que expanden los alcances de nuestros corazones.  Ignacio conoció la reverencia cuando oró de noche bajo las estrellas, pero también la conoció en el ajetreo de cada día.  Esperaba detonar esa experiencia a lo largo de los Ejercicios.

Ignacio creía que cualquiera que en oración considerara la verdad básica acerca de que fuimos creados del amor por un trascendente Dios de santidad, crecerá en un sentido de reverencia.  Tenemos un sentido profundizado de la santidad de todas las cosas si pensamos de todo como continuamente siendo llamado y sostenido en su ser por Dios.  Nos erguiremos en asombro no sólo ante puestas de sol y montañas, flores y árboles, pero también y sobre todo ante cada persona con la que nos encontremos.  La reverencia es una disposición del corazón que nos permita vivir ante la belleza y bondad de cada criatura y del Dios que les hizo.  En la terminología de ignaciana, la reverencia nos permitirá encontrar a Dios en todas las cosas.

El primer ejercicio de los Ejercicios Espirituales comienza a transformarnos en un tipo particular de persona. Ya hay una respuesta emergiendo a las preguntas formuladas por la ética de la virtud: ¿quién soy yo? ¿En quién debería convertirme? ¿Cómo debería llegar a ello? La reverencia es una virtud fundacional para ponerse el corazón de Cristo.


Reflexionando sobre la Virtud de la Reverencia
·      Recuerda y reflexiona sobre una experiencia de reverencia y asombro en tu vida.
·      ¿Dónde y cómo experimento a Dios estando presente en mi vida?
·      ¿Cómo puedo crecer en reverencia por Dios, por otros, por mí, y por la vida?
·      ¿Cómo puedo fomentar un corazón contemplativo?


Textos Bíblicas sobre la Reverencia
Salmo 104 Dios el creador y proveedor
Lucas 8:22–25 Jesús calma la tormenta
Lucas 9:28–36 La Transfiguración


Traducción por Chártur (artículo original de LoyolaPress)

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