domingo, 14 de julio de 2013

14 de 31 días con Ignacio



Reflexión y nuestra vida activa

por David L. Fleming, SJ

   La meta de la vida espiritual, como Ignacio la concebía, es "elegir lo que mejor lleve a la profundización de la vida de Dios en mí".  Se trata de un objetivo dinámico.  Estamos para elegir—para unirnos libremente con Dios. La mayoría de las veces esto significa que nos debemos unir a Dios en un trabajo activo en el mundo.

   Esta vida activa se apoya en un fundamento de reflexión.  La espiritualidad ignaciana nos enseña a discernir las huellas de Dios en nuestra propia experiencia.  Nos muestra cómo mirar hacia atrás en nuestras vidas, repasando nuestros recuerdos para ver la forma en que Dios ha tratado con nosotros a lo largo de los años.  Nos enseña cómo encontrar a Dios en el momento presente— en las relaciones, retos, frustraciones y sentimientos que experimentamos hoy.  Las herramientas y los métodos de la espiritualidad ignaciana nos inculca hábitos de reflexión detenida y orante.

Una herramienta indispensable

   Ignacio dejó claro esto en la manera como armó los Ejercicios Espirituales.  Comienza el retiro con el Principio y Fundamento, que establece en forma concisa la visión de Ignacio sobre los propósitos de Dios al crear ("para compartir la vida con nosotros para siempre"), el propósito de las cosas que creó ("presentado a nosotros para que podamos conocer a Dios más fácilmente y devolvamos amor más fácilmente"), y el objetivo del retiro ("elegir lo que mejor lleve a la profundización de la vida de Dios en mí").  Ignacio entonces presenta un método de oración reflexiva que él llama "el examen particular y diario".  Esto sorprende a muchos que realizan los Ejercicios.  El examen pareciera ser una desvío de la tarea real del retiro. 

   Pero Ignacio deliberadamente pone el examen al principio.   El examen es una herramienta indispensable para cumplir el propósito de los Ejercicios Espirituales— detectar la presencia de Dios y discernir su voluntad mediante una atención cuidadosa a los sutiles movimientos interiores del Espíritu de Dios.  Se trata de la piedra angular de la oración ignaciana.

La oración del Examen

   Ignacio quería que sus jesuitas hicieran del examen un hábito diario.  Él entendió que la presión del trabajo o la enfermedad podría en ocasiones hacer imposible a los jesuitas el tener un tiempo prolongado de oración diaria.  Pero él insistió que nunca omitieran el examen.  Dos veces al día, alrededor del mediodía y otra antes de dormir, los jesuitas debían hacer una pausa y revisar los acontecimientos del día en un espíritu de reflexión orante.  Ésta es una de las pocas reglas que Ignacio establecido para la oración.

   El examen que Ignacio delineó en los Ejercicios Espirituales tiene cinco puntos: 1) dar gracias a Dios por sus bendiciones; 2) pedir la ayuda del Espíritu; 3) revisar el día, buscando los momentos en los que Dios ha estado presente y aquellos en los que le he dejado fuera; 4) expresar dolor por el pecado y pedir el perdón amoroso de Dios; 5) pedir la gracia de estar totalmente disponible a Dios que me ama tanto.  A través de los años, los jesuitas y otros han desarrollado muchas versiones del examen.  Son como las ediciones sucesivas de un gran libro de texto.  Se basan en la misma visión e ideas, pero difieren para acentuar ciertas cosas y adaptarse a diversas audiencias.

   Porque la palabra examen parece indicar una especie de introspección, probablemente el mayor énfasis debe colocarse en el examen como oración.  Ignacio intenta enfatizar esto al hacer como primer punto del examen, el dar gracias a Dios. 

Podríamos describir la oración del examen como sigue:   El Examen de Conciencia.

Una oración a Dios

Dios, gracias.
Te doy gracias, Dios, por estar siempre conmigo, pero en especial estoy agradecido de que estás conmigo ahora mismo. 

Dios, envía tu Espíritu Santo sobre mí.
Dios, deja que el Espíritu Santo ilumine mi mente y dé calor a mi corazón tal que yo sepa dónde y cómo hemos estado juntos este día. 

Dios, déjame mirar hacia mi día.
Dios, ¿dónde he sentido tu presencia, visto tu cara, escuchado tu palabra este día?
Dios, ¿dónde te he ignorado, me he alejado de ti, tal vez incluso te he rechazado en este día?

Dios, permíteme ser agradecido y pedir perdón. 
Dios, te doy gracias por los momentos de este día en que hemos estado juntos y trabajado juntos. 
Dios, pido perdón por las formas en que te he ofendido por lo que he hecho o lo que no hice. 

Dios, mantente cerca. 
Dios, te pido que me atraigas cada vez más cerca de ti este día y mañana. 
Dios, tú eres el Dios de mi vida—gracias.


   A veces nuestra oración puede tornarse formal y abstracta.  El Examen Diario mantiene nuestros pies en la tierra.  Esta revisión reflexiva del día guiada por el Espíritu aterriza nuestra oración en la realidad concreta.  Porque somos hijos e hijas de Dios viviendo en un mundo que Él ama y sostiene, podemos estar seguros que podemos escuchar su voz en nuestras vidas en este mundo. 

   Hay una ventaja final de hacer un hábito del Examen Diario: nunca agotaremos las cosas sobre las cuales orar.  A veces la oración se seca.  A veces nos preguntamos qué decir a Dios.  El examen elimina estos problemas.  Mientras tengamos veinticuatro horas sobre las cuales mirar hacia atrás, tendremos cientos de cosas sobre las cuales hablar con Dios—y para agradecerle.

Traducción por Chártur (orginal de LoyolaPress)

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